Me diagnosticaron diabetes tipo 1 a los 2 años. Tras un diagnóstico erróneo de un pediatra con gripe, mis padres siguieron tratándome como tal. No fue hasta que mi cuerpo empezó a ponerse flácido y gris que mi padre dijo que no podíamos esperar más y me llevó a urgencias local. A partir de ahí, se determinó que tenía cetoacidosis diabética grave y que mis venas se habían colapsado. El personal médico que intentaba obtener una lectura de azúcar en sangre se dio cuenta de que era más de 1200, el máximo que la máquina podía leer.